España se posicionó a lo largo de la segunda mitad del siglo XX como destino turístico preferente mundial con un impacto positivo para el país pero con un impacto negativo que, en numerosas ocasiones, se obvia.
El Tribunal Constitucional ha decidido en su Pleno del martes de 20 de junio de 2023, suspender cautelarmente el derribo de la “Isla de Valdecañas” como nos explica en este vídeo la abogada Elena Molino Fernández, asociada de Administrativando Abogados.
En este artículo vamos a repasar los antecedentes de aquellas edificaciones levantadas en pro del turismo pero que entran en conflicto, directamente, con la protección del medio ambiente de nuestro país e incluso, con la economía de las localidades más turísticas de nuestro litoral.
Antecedentes
Hasta lo años sesenta del siglo pasado, en nuestro país, el turismo no era un sector significativo. Y todo ello a pesar de los esfuerzos que a comienzos de siglo había realizado Benigno de la Vega-Inclán, esfuerzos que caerían en saco roto por la Guerra Civil y el periodo de dictadura posterior.
Sin embargo, fue a finales de la década de los cincuenta cuando el Régimen franquista fue consciente de las posibilidades del turismo español que, con sus casi 8.000 kilómetros de costa, podría atraer divisas extranjeras y ayudar a la recuperación económica de España. Ante esta perspectiva comenzó a potenciarse la atracción del turismo internacional a través de la construcción de infraestructuras turísticas, como hoteles, aeropuertos y carreteras, principalmente en las zonas costeras y las Islas Baleares y Canarias.
Además, se llegó a acuerdos con agencias de viajes internacionales y se llevaron a cabo campañas publicitaras en radios y televisiones de países como Francia y Alemania.
Esto propició que a lo largo de los años sesenta se produjera el conocido como “milagro económico español” que no solo permitió impulsar la economía, también supuso la llegada de nuevas ideas, estilos de vida y corrientes intelectuales, hasta el momento impensables en una España basada en la autarquía y el aislacionismo internacional.
El turismo de masas
Comienza así el turismo de masas en España, que experimentó un crecimiento notable durante las décadas de 1960 y 1970, especialmente procedente de países europeos como el Reino Unido, Alemania y Francia. Los precios asequibles y la oferta de «sol y playa» fueron algunos de los principales atractivos para los visitantes extranjeros.
En términos positivos, el turismo de masas contribuyó al desarrollo económico de las zonas costeras, especialmente de Levante y Mediterráneo. La llegada de un gran número de turistas generó empleo en sectores como la hostelería, la construcción y los servicios turísticos. Además, impulsó la inversión en infraestructuras: hoteles, apartamentos, restaurantes y centros comerciales, carreteras… lo que benefició a la economía local e incrementó los ingresos de las comunidades costeras puesto que los visitantes gastaban dinero en alojamiento, comida, entretenimiento y actividades recreativas, lo que a su vez estimulaba la actividad económica en la zona. Esto contribuyó a mejorar la calidad de vida de los residentes locales, generándose oportunidades de empleo y aumentando las arcas municipales.
El descontrol urbanístico
Sin embargo, el turismo de masas tuvo también impactos negativos en el litoral español: uno de los principales problemas fue la sobreexplotación de los recursos naturales y es que la construcción descontrolada de infraestructuras turísticas, especialmente hoteles en primera línea, como el Sidi Saler en Valencia; torres de apartamentos, como las de Benidorm o Fuengirola; y urbanizaciones, como las de Marbella, causaron una degradación del entorno natural y la pérdida de espacios naturales y biodiversidad costera.
Además, el turismo de masas provocó una presión excesiva sobre las playas y los ecosistemas marinos; las masificaciones en las zonas costeras llevaron a problemas de contaminación, erosión de las playas y agotamiento de los recursos hídricos. Esto tuvo un impacto negativo en la calidad del medio ambiente y afectó la biodiversidad de la región desde la zona litoral hacia el interior.
A todo ello hay que sumarle la estacionalidad del turismo de masas; la mayoría visitaba nuestro litoral entre junio y septiembre, lo cual provocaba una concentración de actividad económica, de presión sobre los recursos públicos y de empleo temporal cuyos resultados negativos no tardaron en aparecer.
La solución: La Ley de Costas
Ya en Democracia, los diferentes gobiernos que se sucedieron no eran ajenos a la problemática que estaba surgiendo por lo que se fueron dando los primeros pasos para atajar la situación que culminaron en la publicación de la ley 22/1988, de 28 de julio, de Costas, en cuya exposición de motivos ya se puede leer:
“Nuestra costa está afectada, como ocurre en otros países del mundo, por un fuerte incremento de la población y la consiguiente intensificación de usos turístico, agrícola, industrial, de transporte, pesquero y otros.
En efecto, en la orla litoral de una anchura de unos cinco kilómetros, que significa el 7 por 100 de nuestro territorio, la población española, que era a principios del presente siglo del orden del 12 por 100 de la población total, es actualmente alrededor del 35 por 100 de ésta, con una densidad cuatro veces superior a la media nacional. Esta proporción llega a su vez a triplicarse estacionalmente en ciertas zonas por la población turística, ya que el 82 por 100 de ésta se concentra en la costa.
(…)Diversos son los factores que han incidido negativamente sobre la conservación de este escenario natural, revalorizado por el cambio en las costumbres humanas y por la civilización del ocio como fenómenos de masas.
(…)Por encima de los intereses contrapuestos que confluyen en muchas ocasiones sobre el dominio público marítimo-terrestre, un doble propósito se alza como la idea cardinal de esta Ley: garantizar su carácter público y conservar sus características naturales conciliando las exigencias de desarrollo con los imperativos de protección, y derogando cuantas normas legales se opongan a dicho propósito.”
Así pues, se estableció como mecanismo fundamental para la protección de nuestro litoral ante un aumento descontrolado de la construcción en “primera línea”, un aumento cada vez más importante de la llegada de turistas a nuestras playas y una total degradación de la biodiversidad y medio ambiente.
Sin embargo, como veremos en próximas ediciones, esto no siempre ha funcionado.